martes, 28 de febrero de 2012

Mi hija habrá sido Guardia Civil



Y después piden el acercamiento de los presos de ETA y la paz y no se cuantas cosas mas. Aquí os dejo este articulo sin duda que pone los pelos de punta.



"MI HIJA HABRIA SIDO GUARDIA CIVIL"


La pequeña Silvia, que murió en un trágico atentado con seis años, sigue en el recuerdo de los vecinos de Santa Pola y La Roda, el pueblo de su padre
Toñi Santiago, madre de la niña rodense asesinada por ETA con un coche bomba en 2002, sigue intentado rehacer su vida
«Todas las noches aprieto los ojos para ver otra vez a Silvia jugar, reír, llorar...»

A Santa Pola se llega por una carretera de largas rectas. A un lado y al otro, el áspero terreno de la zona. Por arriba, los aviones que despegan o aterrizan en El Altet. De vez en cuando, en la entrada de un camino, sentadas en pequeña sillas, algunas prostitutas de países del este aguardan a los clientes bajo el sol que, burlándose del invierno, obliga a quitarse el abrigo.
A la entrada de Santa Pola ya se ve el cuartel de la Guardia Civil. El nuevo. Porque el viejo edificio lo destrozó el coche bomba que activó ETA un infausto 4 de agosto de 2002. Aquel día, fecha imborrable en la mente de los vecinos de este pueblo, tranquilo en invierno, efervescente en verano, perdieron su vida dos personas: Cecilio Gallego, de 57 años, y Silvia Martínez, de sólo seis.




Toñi Santiago es la madre de aquella niña, tan inocente como Cecilio, que jugaba en la casa cuartel que se alzaba junto a la carretera de Elche cuando estalló la bomba. Toñi declaró el martes ante la sección segunda de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional en el juicio a los asesinos que acabaron con la vida de estas dos personas. Ese día le tocó revivir la tragedia. Ese día pudo mirar a los etarras a los ojos. Y no se pudo contener. La rabia brotó y les llamó «asesinos, cobardes e hijos de puta».
La mujer, desgarrada por dentro, no perdona. La presencia, tan cerca, de Andoni Otegi y Óscar Zelarain sacó lo peor de ella. «Me transmitieron frialdad y arrepentimiento cero», recuerda. «Y en ese momento, mirándoles a los ojos, tenía dos opciones: volver a mi casa o no volver. Les hubiera arrancado la piel a tiras, con mis propias manos, allí mismo».
Santa Pola tampoco olvida. Todos los años, cuando llega el 4 de agosto, el pueblo sale a la calle para rendir un homenaje póstumo a la pequeña Silvia. Ese día, en la plaza Diputación, junto al nuevo cuartel, la gente acompaña a Toñi y su familia. Y dejan, año tras año, peluches y flores en la fuente que hay en medio de la plaza. Los recuerdos, los datos, se difuminan con el tiempo, pero la esencia pervive.
Al lado de la plaza, en una planta baja, permanece uno de los negocios. El taller Sargui estaba cerrado aquel domingo cuando, a las 20.15 horas, estalló la bomba. «Cuando llegamos estaba todo destrozado. Oí la explosión desde mi casa, en la playa, y cuando llegamos aquello era un caos. Fue horroroso», rememora Sara, la propietaria, con un mohín de tristeza. «Estaba todo lleno de ambulancias, gente manchada de sangre, cristales rotos... Tremendo. Es algo que no olvidaré mientras viva».
Sara conocía a los padres de Silvia. A Bauti, guardia civil albaceteño, de La Roda, y a Toñi, su mujer. Cuando se enteró de que había muerto su hija no se lo podía creer. Fue un asesinato a traición. Los criminales del comando Argala querían una masacre. Por eso activaron la bomba a las 20.15 horas, cuando suponían que estarían todos preparando la cena. A esa hora se encontraba en la calle Cecilio Gallego, un hombre que esperaba el autobús en la parada que había frente a la casa cuartel. ETA también fulminó su vida.
No hay olvido
Al solecito, dos mujeres y un hombre, charlan apaciblemente. Están en la puerta de El Palmeral, el parque que hay, cruzando la plaza, frente al cuartel. Ninguno ha olvidado el 4 de agosto de 2002. «Yo estaba sentada allá dentro, en el parque, y vi cómo el coche volaba por los aires. Era casi de noche y se escuchó un demonio de ruido. De repente, todos empezamos a correr de aquí para allá. No iban los móviles y estaba todo lleno de guardias civiles. Uno de ellos dijo que había una chiquita allí dentro. Fue una noche espantosa y los días posteriores daba hasta miedo pasar por allí», relata Mercedes Molina. Lo que pasó allí dentro sólo lo sabe Toñi y lo contó, armada de coraje, en su declaración ante el tribunal, bañada en lágrimas, el pasado martes. Venían de jugar en el patio e iban a cenar. De golpe, la oscuridad, el desconcierto y el rostro bañado en sangre. La niña estaba enterrada bajo los escombros. Murió poco después. Como Cecilio.
Toñi y su familia han crecido. Diez años intentando digerir lo indigerible. Sus bastones han sido un psicólogo y un psiquiatra. Su vida ha estado trufada de ansiolíticos y antidepresivos. Pero no quiere olvidar. «No sé cómo puedo seguir en pie, pero ese día le juré a mi hija que no iba a parar hasta que se hiciera justicia. Todas las noches cierro los ojos y los aprieto para intentar ver otra vez a Silvia; para verla reír, jugar, llorar...».
«No tengo ni sueños»
ETA quebró la vida de Toñi. «Yo ya no tengo ni sueños», se lamenta, con esa mirada dura, directa, que obliga a bajar los ojos. Pero sigue. Por su familia, por los suyos, por Santa Pola. «Este pueblo me quiere mucho y yo les agradezco cada una de las muestras de afecto que me dan. Mi dolor lo siente mucha gente en España». Aunque a veces se tenga que esconder tras unas enormes gafas de sol. Como esta semana, días de revivir la muerte de su hija, de mirar de frente a los criminales, de atender, paciente, por la memoria de Silvia, a los periodistas. Está hundida. Y decepcionada con la clase política. «A día de hoy no votaría a ningún partido. Me han fallado este Gobierno y el anterior. En las últimas elecciones voté a Rajoy únicamente por lo que ponía en su programa sobre terrorismo, pero en unos meses ya lo ha incumplido».
Toñi reniega de los políticos, pero no de su país. De su muñeca cae un colgante con la bandera de España. Y el día del juicio lució una pulsera con los colores rojigualdos. «Soy tan española como cualquier otro y tengo derecho a decir lo que quiera, y si les incomoda, lo siento. Me da igual que haya algunos que odien al resto de España. Y el que negocie con la sangre de mi hija me va a tener en contra. Llevo la bandera de España porque Silvia adoraba la Guardia Civil, se criaba en un cuartel y le apasionaba. Mi hija habría sido guardia civil».







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